La inolvidable primera vez

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En la vida, cada cierto tiempo, existe una serie de eventos que reviste de una carga simbólica tan fuerte que se instala de una forma duradera en el inconciente o en la colección de recuerdos de alguien. Estos episodios, siempre importantes, tienen un origen tan puro como indeleble: la primera vez. Tras disfrutar las más de tres horas de show que nos brindó The Cure, se puede afirmar que califica como uno de esos momentos.

Para afirmar lo anterior, hay que recordar que la incubación del arribo de los ingleses a nuestro país fue de muchos años, abarcando más de una generación, un sueño largamente acariciado. Siempre encabezando la lista de las grandes deudas musicales, lo que ocurrió anoche en el Estadio Nacional fue el ajuste de cuentas más esperado por muchos. 42 canciones después, cabe decir que se pagó con creces.

Como todo magno evento, la previa fue un ingrediente especial. Fanáticos acampando la noche anterior, en las afueras del coloso de Ñuñoa, con banderas y todo tipo de indumentaria alusiva al conjunto de Robert Smith. Conforme la hora de apertura de puertas se acercaba, la prueba de que la banda ha calado hondo en nuestro país fue haciéndose ostensiva: poleras, gente disfrazada, pintada, imitando la reconocible “chasca” del ícono de los labios pintados abundaron en los alrededores del recinto de Avenida Grecia.

Una vez que se permitió la entrada, la marca generacional también se sintió fuerte: cuarentones, veinteañeros y adolescentes, todos congregados para romper con más de tres décadas de promesas incumplidas, de visitas anunciadas pero nunca concretadas. Como se dice, había que sufrir para llevarse el premio mayor.

Los números de apertura, a cargo de Amöniacö y Prehistóricos fueron recibidos como se avizoraban: con más indiferencia que rechazo. A su favor, hay que decir que ambas bandas estuvieron lejos de amedrentarse, ofreciendo su propuesta, amparado en el excelente sonido que tuvieron, algo bastante inusual –aún- en este tipo de eventos, sobre todo si los teloneros son de la casa.

Cuando el reloj ya se adentraba algunos minutos de las 21 horas, las luces se apagan, y una gruesa capa de humo inunda el escenario. Desde esa penumbra, ingresa la banda y toma sus instrumentos. Sin mucho anuncio, arrancan con ‘Open’ y ‘High’. Ovación cerrada para las interpretaciones de “Wish”, álbum que el 2012 cumplió dos décadas y que, pese a ser algo menospreciado en su momento, logró llegar a una decente vejez.

Ya se tenía conocimiento de que el show de The Cure sería maratónico, de esos que pocas veces tenemos la oportunidad de ver en nuestro país en encuentros de esta envergadura. Sin embargo, la generosidad de la banda con el público fue sorprendente, porque tocaron todo, si, todo lo que tenían que ofrecer. Una larga lista de grandes éxitos que se prolongó durante más de tres horas y media de concierto, encapsulados en más de cuarenta tracks que no olvidó épocas.

Gran parte fue revisado, desde “4:13 Dream” (2008), su último disco de estudio a la fecha, con ‘Sleep When I’m Dead’ y ‘The Hungry Ghost’, hasta clásicos indelebles del cancionero popular de los ’80 y buena parte de la década siguiente: ‘Lovesong’, ‘In Between Days’, ‘Just Like Heaven’, ‘Pictures of You’ y ‘Lullaby’ aparecieron en los primeros 10 tracks, una verdadera locura para muchos, pero que mostraban la seguridad del conjunto en un repertorio incombustible.

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‘A Forest’, ‘Bananafishbones’, ‘Mint Car’, ‘Friday I’m in Love’ fueron puntos destacados de la primera parte, en que la interacción directa de la banda con el público –que se elevó por sobre las cuarenta mil personas- fue casi inexistente; ¿habría que criticar algo así?, para nada, lo poderoso de The Cure, desde un comienzo, fue la música. Robert Smith nunca fue alguien polémico, ni tampoco un tipo consumido por la vida del “rock star”. Él, seguramente uno de los compositores más influyentes del rock, es tranquilo, sólo preocupado de hacer su trabajo, y entregar lo mejor. Por eso los cortes se sucedieron sin mucha pausa, y él esbozó escuetos agradecimientos. No se necesitaba más. El público estaba entregado desde el minuto en que el show se confirmó.

La banda en vivo es, simplemente, espectacular. Simon Gallup, el eterno compañero de Smith en el grupo, entrega estilo acompañado de su bajo; Roger O’Donell la mesura desde su teclado; Jason Cooper marca los tiempos con la fuerza de su batería y Reeves Gabrels demostrando que es un monstruo en la guitarra: el solo que entregó en ‘From the Edge of the Deep Green Sea’ fue elocuente. Y está Robert Smith, ¿tenemos algo que decir de él?, es un ícono incuenstionable, su sola presencia bastó para que el estadio se viniera abajo, su primera sílaba fue suficiente para que el griterío aumentara sus decibeles y, además, su voz está impecable.

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Luego de 25 canciones, la primera parte dio paso al primer bis, que estuvo cargado a la oscuridad que “Faith” (1981), “Pornography” (1982) y “The Top” (1984) encerró, y que representó una de las primeras transformaciones sónicas del conjunto: ‘Shake Dog Shake’, ‘Primary’, ‘Cold’ y ‘The Hanging Garden’ estuvieron llenos de texturas, poder y tensión, y que fue la gran diferencia que marcó esta parada con las otras que se han hecho en el tour por Sudamérica.

La medianoche ya era una realidad, más no el fin del concierto. La lista se empinaba por la treintena de tracks, pero aún así The Cure se animó a salir al escenario y lanzó una lista de grandes éxitos en que el Estadio Nacional dio lo mejor de sí: ‘The Lovecats’, ‘The Caterpillar’ ‘Close to Me’, ‘Hot Hot Hot!!!’ y ‘Let’s Go to Bed’ encendieron al público que elevó vítores con los últimos cuatro títulos del set: ‘Why Can’t I Be You?’, ‘Boys Don’t Cry’, ’10:15 Saturday Night’ y ‘Killing an Arab’.

Del debut de The Cure en Chile se ha hablado bastante. Convertido en mito desde antes que se hiciera realidad –durante los años fue anunciado muchas veces, pero jamás se materializó-, la primera vez del icónico conjunto de Robert Smith en nuestro país se encumbra sin mucho esfuerzo dentro de lo más granado que ha tenido nuestro país en eventos masivos. Para muchos llegó tarde, sin material inédito. Puede que sea cierto, pero la verdad está de cajón y en forma de pregunta: ¿qué otra banda puede darse el lujo de mostrar más de 40 grandes éxitos en vivo sin mostrar un ápice de cansancio?

De los tres chicos imaginarios que se formaron en 1976, vimos a un quinteto que ha sabido explorar las facetas del rock: post-punk, new wave, parámetros del gótico, son sólo algunos de los logros que The Cure ha alcanzado con los años. Trabajos discutibles y otros para enmarcar dentro de lo más alto, todo eso encerrado en una carrera que ha sabido soportar el plazo de los años, convocando a miles de personas en torno a un evento histórico a todas luces. The Cure en Chile tuvo toda la magia de la primera vez, y por supuesto que nunca se va a olvidar.

© Jean Parraguez & A n t r o p o f ó b i c a

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